48 horas para elegir al presidente del Gobierno

Tomás G. Morán / M.ª C. González REDACCIÓN / LA VOZ

ELECCIONES 23J

Pinto & Chinto

El PSOE defiende sus cinco años de gestión mientras el PP busca concentrar el voto para que los resultados le permitan gobernar en solitario. Pedro Sánchez, el «patito guapo» que se creyó infalible, por Tomás G. Morán. Alberto Núñez Feijoo, el técnico que noqueó a los políticos, por M.ª C. González

21 jul 2023 . Actualizado a las 17:53 h.

Dos modelos se batirán en duelo este domingo en las urnas, en unas elecciones que muchos ya prevén muy ajustadas. El PSOE de Pedro Sánchez defiende sus cinco años de gestión y las leyes en materia social que han logrado sacar adelante, mientras alerta de los peligros que podría traer consigo si a la Moncloa llega un Ejecutivo de PP con Vox. Por otro lado, el PP busca concentrar el voto en su candidatura para que los resultados le permitan gobernar en solitario sin necesidad de depender de los diputados de Abascal.

Pedro Sánchez, el «patito guapo» que se creyó infalible

Verónica Lacasa | Europa Press

«Pedro Sánchez ha hecho muchas cosas bien, pero ha cometido fundamentalmente dos errores: El primero ha sido creerse un ser infalible. No saber escuchar y matar al que le decía algo que no quería oír. Y el segundo, no contarle a los españoles los cambios de opinión. Ha minusvalorado a la gente, pensando que no tiene memoria y traga con todo. Y al dejar crecer esa bola de persona poco fiable, ya nadie cree una palabra de lo que dice». El diagnóstico lo hace una persona que ha estado en las tripas del sanchismo desde que todo su equipo cabía en una furgoneta, y que sigue teniendo hilo directo con la sala de máquinas de Ferraz. Para entender las causas de esa personalidad autosuficiente, desconfiada, narcisista y en ocasiones temeraria hay que profundizar en las raíces de una biografía trufada de hechos inverosímiles. Su historia, explica un periodista que lo conoce bien, «no es el manual de resistencia que él quiso retratar en las memorias que publicó nada más llegar a La Moncloa. Es una montaña rusa de casualidades a las que ha ido respondiendo lanzándose al vacío y cayendo siempre de pie».

Pedro Sánchez Pérez-Castejón nació en Tetuán, un barrio acomodado de Madrid, en 1972. Su juventud podría ser un retrato robot de su generación, la de EGB, los ahora llamados boomers. Estudió en un instituto público, jugó a baloncesto hasta las puertas del profesionalismo —él mismo recuerda que era muy malo—. Después se licenció en Económicas, fue de los últimos en hacer la mili y le tocó salir al mercado laboral en los estertores del felipismo, con una tasa de paro cercana al 25%. En su primer trabajo, en una asesoría fiscal, le pagaban 40.000 pesetas en negro. Así que la falta de mejores oportunidades le llevó a probar fortuna en el extranjero. Primero a EE.UU., donde aprendió inglés. Luego a Bruselas, donde se enroló en la maquinaria comunitaria del PSOE, como asesor del Parlamento Europeo primero y como jefe de gabinete del Alto Representante de la ONU para la guerra de Bosnia, en 1999. Pero en el cambio de siglo el amor, Begoña Gómez, una joven licenciada de márketing tres años más joven que él, se cruzó en su vida y decidió regresar a España.

Volvía con un currículum impecable pero el PSOE vivía sus horas más bajas. Eran los años dorados del aznarismo y Sánchez encontró trabajo como director de relaciones internacionales en la OCU. Y en ese momento se produjo la primera casualidad que marcaría su carrera. Como muchos jóvenes del socialismo madrileño, se apuntó a echar una mano como delegado de un desconocido Zapatero en el congreso del año 2000 que iba a beatificar a José Bono. La victoria de ZP le abrió las puertas de Ferraz, donde ejerció como asesor de economía. Y le reservó un puesto en la lista para Madrid para las municipales del 2003, en las que se quedó fuera. Pero un año después, nueva casualidad, una concejala dimitió y Sánchez ocupó su lugar. Llegó al Congreso de los Diputados en el 2009, de nuevo por una renuncia, la del ex ministro Pedro Solbes. En la siguiente legislatura, en el 2012, mejoró su puesto en la lista, pero el desplome de Rubalcaba le volvió a dejar sin escaño y fue el momento en el que decidió dejar la política. Ya tenía dos niñas con Begoña, Ainhoa y Carlota, necesitaba una estabilidad económica, así que se dio de alta como autónomo para hacer trabajos de consultoría, terminó su polémica tesis doctoral y empezó a dar clases en la universidad.

Hasta que un día, en unas vacaciones con la familia, recibió una llamada que cambiaría su historia. Y también la de España. Cristina Narbona dejaba libre su escaño en el Congreso y le daban 24 horas para aceptar el cargo. Otra vez. «Esa misma noche le dije a Begoña que si volvía tenía que ser para hacer algo grande. Ese día decidí prepararme para competir en las primarias», explicó posteriormente en una entrevista. Dos años después era secretario general del PSOE.

Su llegada al cargo fue fruto de otra casualidad. El socialismo post Zapatero resistía solo en Andalucía. La duda no era si Susana Díaz iba a dar el salto a Madrid, sino cuándo. Y en el 2014, cuando Rubalcaba decidió retirarse, el viejo socialismo andaluz, con Felipe al frente, diseñó una operación para detener a Eduardo Madina. Se trataba de poner a alguien que le guardara el sitio a Susana, y aquel chico alto, guapo y bien educado daba el perfil. A Díaz se le atribuye una frase que retrata el peor error que han cometido todos los enemigos de Sánchez, que es infravalorarlo: «El chico no sirve, pero nos sirve».

Su primera etapa al frente del PSOE acabó de forma abrupta. Pronto se vio que no iba a ser un pelele. En sus primeras elecciones empeoró a Rubalcaba, apenas 90 diputados, pero tuvo la osadía de presentarse a la investidura, después de que Rajoy declinara el ofrecimiento del Rey, y forzar una repetición electoral. En el regreso a las urnas, Rajoy pasó de 123 a 137 escaños y Sánchez cayó hasta los 85. Con un Parlamento cada vez más atomizado, y un país ingobernable, todos los focos se pusieron en él. Fue cuando acuñó el «no es no» y acabó siendo lapidado por el Comité Federal del PSOE para que Rajoy pudiera gobernar.

De nuevo infravalorado, fue cuando decidió coger su Peugeot 407 y recorrer España convenciendo al segmento más joven del PSOE. Aquella batalla interna, esta vez sí, contra Susana Díaz, se saldó con una victoria de Sánchez por más del 50% de los votos. Era mayo del 2017 y un año después, aprovechando que un juez dictó la sentencia del caso Gürtel y condenó al PP, se lanzó a la piscina de una moción de censura en la que solo él vio que había agua. Y así llegó a La Moncloa.

Un ex alto cargo del socialismo gallego considera que es imprescindible conocer toda esta historia para entender el carácter de Sánchez: «Es inevitable que sea desconfiado. Se le ha considerado un líder ilegítimo, incluso un presidente ilegítimo, desde el primer día. Empezando por su propio partido. Nunca se ha sentido valorado. Tiene el síndrome del patito guapo. Lleva toda la vida escuchando lo guapo que es, y siempre tiene que estar recordando que es doctor en Economía».

Todo lo ocurrido en los últimos cinco años han forjado aún más ese carácter. «Su obsesión desde que llegó al Gobierno era ser diferente a Rajoy —explica una persona que trabajó con él en el primer equipo de Moncloa—. Su modelo es Macron. Es ambicioso, inconformista. Prefiere equivocarse a no hacer nada. Y no conoce el miedo. En algunas decisiones puede llegar a ser temerario. Cuando nos tocó lidiar con el covid, todos estábamos en estado de shock menos él, que seguía tomando decisiones con la misma frialdad».

Esta forma de ser le ha granjeado una fama de ser despiadado. Un ejecutor que toma decisiones sin pensar en los daños colaterales. «Ha ido laminando a todas las personas que le ayudaron a llegar a La Moncloa —Ábalos, Lastra, Carmen Calvo, Iván Redondo—, y se ha quedado sin apoyos, cada vez más desconfiado. La gestión es buena, pero como el único que la defiende es él, nadie le cree», explica alguien que ha trabajado muy cerca de Sánchez en Bruselas. Aunque, su determinación también ha sido muy positiva en algunos casos: «Ahora ya se nos ha olvidado, pero cuando pensamos que el covid era el fin del mundo, él defendió muy bien el pabellón español y fue la figura clave para sacar adelante los fondos estructurales. Su equipo no lo supo vender, y el tanto se lo apuntaron los italianos. Pero yo estaba allí y fue Sánchez».

«El caso es que él no se ha dado cuenta de lo mal que cae a una parte muy grande del electorado hasta la noche de las municipales —explican las mismas fuentes—. De hecho, hizo el adelanto electoral por el cabreo que se pilló, para intentar remontar, pero sobre todo para humanizar su imagen». Está por ver si lo ha conseguido o si ya es demasiado tarde.

Núñez Feijoo, el técnico que noqueó a los políticos

CATI CLADERA | EFE

18 de junio del 2018. Hace tres semanas que Sánchez desalojó a Mariano Rajoy de la Moncloa con una moción de censura. El PP está inmerso en unas primarias para decidir quién lo conducirá a través del desierto. La atención está puesta en el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, que va a desvelar si peleará para presidir el partido. Con dos discursos en la mano, Feijoo, el deseado, anuncia que se queda porque su compromiso es «Galicia, Galicia, Galicia». Las lágrimas asoman en sus ojos. Tiene 56 años y parece que ha dejado pasar el último tren a Madrid. Feijoo siempre tuvo un ojo en la política nacional, y la política nacional siempre tuvo un ojo en Feijoo. Era visto como una persona moderada, centrada, que gustaba a la derecha y no provocaba un especial rechazo en la izquierda.

Pero la vida da demasiadas vueltas. Tantas, que cinco años después, Feijoo lidera el PP y aspira a ser él quien desaloje de la Moncloa a Sánchez. Si lo consigue, culminaría, cuando está a punto de cumplir 62 años, una carrera a la que llegó como técnico, pero en la que acabó venciendo a los políticos, de su partido primero, y de los rivales, después.

El funcionario de Os Peares

Alberto Núñez Feijoo (Os Peares, 1961) estudió Derecho en Santiago. Quería ser juez pero el despido de su padre lo obligó a buscar unas oposiciones más fáciles: a la Xunta. Pronto le ofrecen la secretaría xeral de Agricultura, un puesto que marcaría su carrera porque lo une al entonces conselleiro José Manuel Romay Beccaría, considerado el padrino político de Feijoo. Con la victoria de Aznar en 1996, Romay, ministro de Sanidad, le confía la presidencia del Insalud y poco después Cascos la de Correos, pese a que Feijoo aún no estaba afiliado al PP. Es así cómo forja su fama de gestor.

Será la catástrofe del Prestige la que coloque a Alberto Núñez Feijoo en el primer plano de la política gallega, como conselleiro de Política Territorial tras la caída en desgracia del delfín de Fraga, Xosé Cuíña. En año y medio se convierte en vicepresidente junto a José Manuel Barreiro, una bicefalia debajo del presidente para pelear por la sucesión. La pérdida de la Xunta apura la renovación. Feijoo es el candidato de Romay y del presidente del partido, Mariano Rajoy. Quieren un PPdeG más moderno frente al proyecto de Cuíña, más rural. Pese a la guerra interna y pese a que es un militante de reciente afiliación, Feijoo demuestra mucha habilidad y se impone.

Desde los bancos de la oposición en el Parlamento de Galicia, teje una estrategia de acoso y derribo al bipartito. Ya deja entrever cual será su forma de trabajar: no dejar pasar ni un asunto polémico que le pueda beneficiar. Porque Feijoo, que se define como previsible, no es hombre de experimentos y cuando algo funciona, lo mantiene. Lo ha hecho con las campañas electorales, repitiendo ahora las que llevó a cabo en Galicia, y lo ha hecho con su equipo de confianza, que se trasladó casi al completo a Madrid.

Es implacable con el bipartito de Touriño, al que presenta como despilfarrador (el Audi, la reforma del despacho) y prevaricador (autovía do Barbanza). El PPdeG incluso se descuelga del acuerdo sobre el gallego y deja hacer al movimiento Galicia Bilingüe, muy crítico con el gallego en la educación. Con la tenacidad que lo caracteriza, insistiendo en los mensajes día a día, sus críticas calan en la sociedad gallega. Llega el primer test, las elecciones del 2009, y consigue lo que parecía imposible: superar la suma de PSdeG y BNG. Han pasado seis años desde que llegó al Gobierno de Fraga. Ahora, a los 47 años, él es el jefe, como le llaman sus colaboradores.

En la toma de posesión, Feijoo, el gestor, muestra que también tiene una vida aparte de la pública. Los gallegos conocen a Saturnino, el padre, la primera persona a la que dicen que llamó para decirle que había ganado, y a Sira, la madre, que haría célebre la frase: «Mi hijo dice que se casó con Galicia, pero Galicia no me da nietos». Aún faltaban unos años para que llegase el nieto. Será a una edad madura, a los 56 años, cuando Feijoo es finalmente padre. Y la paternidad lo ha llevado a un cambio de vida, a aligerar su agenda para disfrutar de Alberto, que ahora tiene seis años, y de su pareja, la exdirectiva de Inditex Eva Cárdenas. Celoso de su intimidad, en esta campaña ha hecho un auténtico striptease familiar. No solo su pareja ha estado en primera línea en los actos en Galicia, sino que incluso ha difundido una foto con su hijo.

También en la esfera pública es Feijoo reservado: nunca ha adelantado el nombre de sus conselleiros —los elegidos se enteran horas antes— o la fecha de las elecciones.

Feijoo llega a la presidencia de la Xunta en pleno estallido de la burbuja inmobiliaria. Y entra con las tijeras en la mano. Los presupuestos se reducen año tras año, se mira cada euro que se gasta en sanidad y educación. Jueves tras jueves, los consellos terminan sin inversiones. La llegada de Rajoy a la Moncloa no hace más que endurecer la política de ajustes. Los esfuerzos tienen su recompensa, las cuentas se van equilibrando poco a poco y al cabo de unos años Feijoo puede cumplir la promesa, que ahora vuelve a llevar en su programa, de bajar algunos impuestos. En el 2012 Feijoo revalida su mayoría absoluta y la eleva a 41 escaños.

Las cuentas saneadas y una Galicia ajena a los conflictos sociales es la herencia de Feijoo. El talante centrista, ajeno a las ataduras ideológicas —llegó a prescindir de las siglas de su partido en los carteles electorales cuando el caso Gürtel asfixiaba al PP de Rajoy—, no le evitaron momentos duros: el fracaso de la inversión de Pemex en Galicia, un proyecto del que Feijoo había hecho bandera; la fallida fusión de las cajas, aunque finalmente reencaminadas al nacimiento de Abanca, o la publicación en 2013 de unas fotos con el narcotraficante Marcial Dorado tomadas en 1995. Los gallegos volverían a apoyarlo no una, sino en dos elecciones más, hasta igualar las cuatro absolutas de Fraga. Las crisis de liderazgo en el PSdeG también ayudaron.

Supervisor de Casado

Aquel 18 de junio del 2018 en el que Feijoo renunció a pelear por la presidencia del partido, supuso un cambio en su relación con la dirección de Génova. Si hasta entonces Feijoo había sido casi un espectador, la llegada de Pablo Casado lo lleva a ejercer de hermano mayor. La supervisión es continua, Feijoo intenta hacer de contrapeso cuando el nuevo equipo se acerca a Vox, y cuestiona, incluso públicamente, los bandazos de la dirección del PP.

En plena pandemia, Feijoo rompe las ataduras con su partido y llega a criticar la laxitud de las medidas de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, quien todavía estaba en sintonía con Casado. Por poco tiempo. El intento del presidente del PP de llevarse por delante a la presidenta madrileña por un presunto caso de corrupción cae como una bomba en el PP. Los barones, a un año de las municipales y autonómicas, deciden que el PP necesita un cambio de rumbo. Todas las miradas se vuelven a Galicia. Esta vez sí, Alberto Núñez Feijoo se subió al tren que el domingo lo puede llevar a la Moncloa.