El encaje roto

cristina gufé LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN Y ESCRITORA

OPINIÓN

MARCOS MÍGUEZ

23 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En un cuento de breve extensión, El encaje roto, Emilia Pardo Bazán nos ofrece un análisis psicológico, sociológico, reivindica derechos para las mujeres y plantea la compleja relación entre verdad y verosimilitud. Así, por ejemplo, no todos los lectores recuerdan que si una obra literaria resulta creíble, no es porque exprese algo verdadero, sino porque resulta verosímil; esto se produce cuando el autor logra con su arte convencernos de que lo que nos transmite responde a la realidad, se admite como verdad, aunque sea falso. Por ello, en textos en primera persona, a veces confundimos al narrador con el autor. 

Emilia Pardo Bazán relata la vivencia de una mujer aristócrata, Micaelita, que, a punto de contraer matrimonio, cuando el obispo le pregunta si acepta a Bernardo por esposo, responde: «No». Ante la estupefacción de todos los presentes, ella nunca reveló el motivo que la llevó a dejar plantado al novio ante el altar.

Durante la ceremonia, el encaje del vestido de la novia se enganchó en una puerta y rompió. Lo decisivo para ella fue la reacción del novio, que le permitió vislumbrar en él rasgos psicológicos de su carácter que no había descubierto durante el noviazgo. Escondía violencia: «La cara de Bernardo… en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda un alma…». Vio con claridad que no lo quería para casarse.

La narradora del cuento era una invitada que no había asistido a la boda y que, pasado un tiempo, coincidió con Micaelita, quien le confiesa que no pudo evitar las murmuraciones ni explicar las verdaderas causas de la negativa porque no la creerían: «No se hubieran convencido jamás».

Lo verosímil es lo que aparenta verdad, pero la verdad es logogrifo —palabra que utiliza la autora en el texto—, enigma, misterio. «Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera, para la cual es imposible seguir los pasos de su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza —los únicos que me tranquilizarían—». A pesar de haber creído que estaba enamorada de Bernardo, sentía que no había llegado a conocerlo.

El encaje roto fue revelador, más próximo al desvelamiento de la verdad que la verosimilitud de aquellas vidas envueltas en la teatralidad del mundo, en una escena contada en 1897, tan lúcida y válida entonces como en la actualidad: «Nuestro destino lo fijan las niñerías… Pequeñeces que significan algo, y para ciertas personas significan demasiado».