El lector de Antonio Machado

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

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30 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. El niño levanta la cabeza y mira, a su derecha, cercano, el ventanal del aula. Aquí también llueve. Se estremece, un poco de frío y un poco por las palabras del libro. Baja de nuevo la cabeza. Es la clase. En un cartel se ve a Caín fugitivo y muerto Abel, junto a una mancha carmín. Al lado del poema hay un dibujo que muestra lo que se lee. Un aula y en la pared del aula un cartel. En el cartel dos hombres. Uno tirado en el suelo, ensangrentado. El otro se tapa con una piel de cordero. El niño comprende que el carmín es el color de la sangre. Y de la barra de labios de su madre. Prosigue. Con timbre sonoro y hueco truena el maestro, un anciano mal vestido, enjuto y seco, que lleva un libro en la mano. ¿Qué querrá decir enjuto? Y todo un coro infantil va cantando la lección: mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón. ¡Qué barbaridad!

El niño mira ahora en torno a sí. Sus compañeros, apenas una veintena, andan a sus cosas, casi todos en silencio. Le hace gracia pensar en el coro de los niños antiguos cantando millones.

El poema regresa al principio, pero se equivoca. Una tarde parda y fría de invierno los colegiales estudian. Monotonía de lluvia en los cristales. El niño analiza ahora la ilustración, que es fidedigna. Acaba de aprender la palabra fidedigna y se alegra de poder usarla, aunque sea en el silencio de sus pensamientos. Al niño le da pena Caín, el asesino. Aquel a quien Dios no quería. El niño piensa en su padre y se frota un moratón en las costillas. Afuera escampa.