La cultura se paga con halagos

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la Torre REDACCIÓN / LA VOZ

OPINIÓN

MONICA IRAGO

A los conferenciantes, pregoneros y ponentes se les reconoce con alabanzas y cestitas de Caperucita

03 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A los doce años (1969), mi colegio me presentó al concurso de redacción de Coca-Cola. No gané ni una lata de refresco, pero pillé un trauma: si no era capaz de quedar entre los cinco primeros de un concurso con chispa, es porque no servía para escribir, así que dejé de hacerlo hasta que, en julio de 1986, Julio Fariñas, a la sazón delegado de La Voz de Galicia en Vilagarcía, me sugirió escribir unas columnas que primero se llamaron Perlas Arosanas y luego se convirtieron en El Callejón del Viento.

Tras la nefasta experiencia del concurso infantil, no tanto por no ganar cuanto porque dejé de escribir durante casi veinte años, cogí una aversión feroz a los premios literarios para adolescentes porque temía que los perdedores se frustaran y dejaran de escribir para siempre, así que cada vez que llegaba una convocatoria de premio literario al instituto, la tiraba a la papelera. Aunque, eso sí, no dejaba de encomendar redacciones a los alumnos, pero sin premiarlas, por el puro placer de escribir.

Premios sin presentarse

Con el paso de los años, me han dado algunos premios, aunque siempre eran de esos a los que no te presentas. Me han premiado por divulgar gastronomía, por apoyar al mundo rural, por escribir de temas culturales, por fomentar el turismo, por ir a los pueblos a dar charlas, por ensalzar quesos como la torta del Casar o embutidos como la patatera. En todos los casos, eran premios en los que no me daban dinero, sino artilugios más o menos aparatosos y, sobre todo, muchos halagos. Mi mujer dice que si los bancos tuvieran fondos de inversión para halagos, seríamos ricos.

Me han entregado premios que pesaban siete kilos, otros que medían más de un metro y muchas placas. Todos esos trofeos se almacenan en el trastero de casa a la espera de que mi hijo los herede algún día y se los venda a un chatarrero. Y no es por halagar ni quedar bien, pero puedo demostrar que de todos los detalles con que me han obsequiado, el único que conservo y ostento con orgullo es la insignia de oro de Vilagarcía, que me impuso el alcalde tras ser pregonero de San Roque.

Además de halagos, cuando soy pregonero, conferenciante o presentador de libros, me suelen pagar en especies. He recibido de todo: botes de miel, ristras de chorizos, frascos de mermelada, estuches de embutidos de ternera wagyu… Menos dinero, de todo. Y aquí vuelvo a romper una lanza por Vilagarcía: de todas las presentaciones de libros a las que he acudido, alrededor de 60, solo me han pagado en la de Vilagarcía, que es una feria seria: no es que paguen cachés extraordinarios, pero al menos no te sientes imbécil. A las demás, no solo iba gratis, sino que me tenía que pagar el viaje, además de invitar al presentador a unas cañitas con unos aperitivos.

La difusión cultural es así. Te llaman para dar una conferencia y quien te invita tiene la convicción de que a las gentes de la cultura les gusta tanto hablar que lo hacen gratis. En algunos casos, te invitan a cenar, pero eso es peor, porque un banquete con la asociación de amas de casa o de cazadores a 150 kilómetros de tu hogar y regresando de madrugada resulta una experiencia demoledora.

Colaboraciones gratuitas

Luego están las colaboraciones gratuitas en debates, mesas redondas y podcasts. En la última mesa redonda a la que acudí, en Portugal, me dieron alojamiento, pero la habitación era un sótano sin ventanas, junto a la cocina, oliendo a fritanga y tan tenebroso todo que no deshice la bolsa de viaje, inventé una excusa y preferí volver a casa y regresar a la mañana siguiente.

Una de las últimas colaboraciones gratuitas ha sido un podcast de una productora andaluza de cierto renombre. Lo mejor de esa colaboración fue que descubrí que soy el máximo experto mundial en la compra de antigüedades por Carmen Polo de Franco, esposa del Generalísimo. Querían hacer un podcast sobre ese tema y habían descubierto una entrevista que le hice en Vilagarcía a Joaquín Porto, fundador en 1942 de Establecimientos El Hogar. En ella, charlábamos sobre las compras de doña Carmen y me confesó que la señora pagaba siempre. Años después, descubrí en Cáceres a unos anticuarios que habían comprado los archivos del secretario del Caudillo, incluyendo una carta en la que un grupo de anticuarios pedía a El Pardo que les pagaran las compras de Carmen Polo.

Las compras de Carmen Polo

Los reportajes sobre el tema me habían convertido en un especialista así que me llamaron y no supe decir que no. Grabé desde casa varios audios contando estos episodios, evidentemente gratis. Es más, la productora, que hace programas de televisión y no son ningunos aficionados, ni tan siquiera me ha mandado un enlace al podcast.

El problema de la cultura es que sigue siendo gratis, salvo excepciones como las ya referidas de Vilagarcía. Es decir, un historiador, escritor o artista imparte una conferencia y allí cobra el electricista, el del agua mineral, el del Ayuntamiento y los de la imprenta que hizo los carteles. Todos menos el conferenciante, que encima tiene que poner cara de gran emoción cuando recibe la cestita de Caperucita con las tortitas, el tarrito de miel y, eso sí, muchos halagos.